Las primeras gotas de lluvia de la mañana comenzaron a resbalar por mis mejillas. Apenas habíamos salido de Kalaw hacía media hora y ya habíamos tenido que cruzar un arrozal sobre piedras y troncos de bambú para no meter los pies en el barro.

Comenzamos a ascender la montaña a través de una destartalada carretera de piedras y tierra, al parecer el camino que atravesaba el valle no estaba en buenas condiciones después de las lluvias de los últimos días.

Dejamos atrás laderas repletas de jengibre, cúrcuma y. De lejos parecía como si el mismísimo Van Gogh hubiese pintado un cuadro con puntillismo. Diminutas motas, dispersas, independientes, que en conjunto creaban un paisaje singular.

A la hora de comer los platillos comenzaron a salir sin tregua. Verduras y hortalizas cocinadas de mil maneras con arroz. Sopas, cerdo o pollo y té. Siempre bien caliente.

Con el estómago lleno, aún quedaban cinco horas de camino por delante. Perdí la cuenta de cuántos arrozales cruzamos. Serpenteaban entre las laderas de las montañas, dejando caer pequeños arroyos de un piso a otro y tiñendo todo a su paso con distintos tonos de verde. Aceituna. Esmeralda. Musgo. Pistacho. Lima. Regados de forma pulcra y ordenada.

El camino, si es que realmente existía uno, continuaba en paralelo a las vías del tren. Decidimos continuar saltando sobre las baldosas de cemento porque nos pareció mejor idea que el barro.

Apenas se distinguían las vías por la espesa vegetación. En algunos tramos el camino se cerraba, como si fuera un túnel, debido a las lianas, palmeras y árboles que arropaban la línea. Terrance, el guía que nos acompañaba y cuyo nombre real era muy diferente (este se lo había puesto su profesor de inglés), nos dijo que el último tren ya había pasado y que de todas formas iba tan lento que nos daba tiempo de saltar a un lado. Tranquilizador.

Siguiendo la vías llegamos a un pueblo. En Myanmar hay más de cien etnias diferentes. En esta zona predomina la Palaung, la Danu y la Pa-Oh. Terrance nos explicó que se podían diferenciar por la lengua o por la vestimenta. Algunos, por ejemplo, visten de negro y llevan un turbante naranja chillón.

Sobre las cinco y algo de la tarde llegamos al pueblo donde pasamos la noche (a las seis y media anochece en Myanmar). Una mujer mayor y menuda se nos acercó con una sonrisa dibujada de oreja a oreja. Bajó la cabeza en señal de agradecimiento y nos dio la mano la mar de contenta. Era nuestra anfitriona. En la planta baja de su casa, donde tenía cientos de sacos de ajo, había preparado un cuarto con unas colchonetas y unas mantas. Fuera había una especie de abrevadero hasta arriba de agua y un cubo para bañarnos. Gloria bendita.

Dimos una vuelta por el pueblo y compramos una cerveza en la tienda local. A saber cuántos años llevaba esa cerveza ahí esperando a que alguien la comprara. Las niñas jugaban a saltar un elástico cruzando los pies por detrás; mientras que los hombres jugaban al chinlone, el deporte nacional que consiste en dar toques a una pelota de bambú. Los más mayores y experimentados hacían unos pases y remates espectaculares.

A la mañana siguiente empezamos el día a las siete. El primer paso de la ruta consistía en subir una montaña y para ello tuvimos que dejar atrás muchos arrozales y mucho barro. Los pies patinaban y se hundían hasta el fondo. El agua encharcaba los zapatos y éstos hacían chop chop a cada paso.

En la cima había campos repletos de coles chinas, de zanahorias y calabazas. La montaña lucía como si la hubiesen parcheado con telas de diferentes texturas. Caminábamos por los estrechos pasos que los granjeros utilizaban para trabajar la tierra o por donde previamente había pasado algún búfalo. Ese día caminamos durante 11 horas al sol. Los pies nos latían dentro de los zapatos, aunque seguían chapoteando por el barro. Cruzamos riachuelos, escalamos paredes, pasamos más bien pocos pueblos, y dimos muchos rodeos evitando el camino enfangado. En época de monzón, aunque os digan que el camino está bien y no tiene barro, ¡já! Entre la humedad y la lluvia de la noche, el camino de tierra se convierte en una trampa. En algunos tramos los zapatos se hundían completamente en el barro, quedando atrapados. En una ocasión el fango me llegó hasta la rodilla. En ese momento me acordé de las arenas movedizas que salen en las películas y comencé a excavar alrededor de la pierna con las manos. Un show. Llegamos al pueblo donde íbamos a dormir a las siete y media, ya era de noche. Los últimos kilómetros del camino tuvimos que hacerlos escalando una montaña rocosa llena de árboles, donde nos acribillaron los mosquitos, con la linterna del móvil. Hubo algún resbalón. Alguna caída de culo. Algún culo en una mierda de búfalo.

Realmente es un camino fácil, sin complicaciones en el terreno. Un trekking para todos los públicos siempre y cuando los caminos estén transitables. De lo contrario hay dos opciones: ir por todo el barro o buscar caminos alternativos, que a veces no son mejores que la primera opción. La tercera opción es planear el viaje en la época seca que seguro que el camino está mucho mejor.

El tercer día son unas 5 o 6 horas caminando (siempre depende del estado de los caminos). Tienes que parar en un check point para comprar la entrada a la zona del lago Inle (13.500 kyats por persona) y cuando estés llegando te revisarán los tickets en otro chechk point. Al llegar al lago te suben en una barca y te llevan hasta Nyaung Shwe.

A pesar del barro vale la pena la experiencia, los paisajes son hermosos y la gente local es un amor, sobre todo los niños que te miran con miedo pero luego vienen corriendo a regalarte flores. Suelen cobrar unos 20 dólares al día por persona la excursión, aunque si vas en un grupo con más gente seguramente sea más barato.

En cuanto a los zapatos (las típicas zapatillas de running), pensé que no podría rescatarlos, pero después de unos buenos restregones quedaron como nuevos. ¡Listos para una nueva aventura!

Estos son los pocos puntos que pude ubicar en el mapa con el GPS:

  1. Hin Ka Kone
  2. Myindaik
  3. Sad Ya Kong Village (aquí dormimos)
  4. Lemind (La mine)
  5. Pin Nwe
  6. Pattu (aquí dormimos)

3 comentarios sobre “Trekking Kalaw-Inle

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