Una ciudad que durante el día se cubre de oro, escondida entre altas montañas y zigzagueantes gargantas rocosas que se alzan hasta casi tocar el cielo. Por la tarde se viste de rojo y durante la noche se ahoga en el silencio del desierto. Impasible antes las miradas ajenas mientras se empolva con el paso de los años, testigo de las míticas caravanas de la Ruta de la Seda, guardiana de tesoros de incalculable valor, hogar de civilizaciones ancestrales… permanece en pie, majestuosa, altiva, recordando la esencia de sus inicios y la grandiosidad de su legado. Esta ciudad existe, es real, y se encuentra en Jordania, en un valle angosto que se extiende desde el mar Muerto hasta el golfo de Aqaba.

Petra, así es como se llama esta ciudad mágica, significa piedra, y es que literalmente ha sido excavada y esculpida en las paredes rocosas del valle. En el siglo VI a. C. fue ocupada por los nabateos, quienes la hicieron prosperar gracias a su situación, clave en las rutas comerciales, y a la recogida y distribución del agua que fluía a través de galerías excavadas en la roca.

Durante siglos permaneció en el olvido debido al cambio de las rutas comerciales y los terremotos e inundaciones de la zona, hasta que en 1812 Jean Louis Burckhardt, haciéndose pasar por un peregrino musulmán, redescubrió la ciudad para los europeos. El explorador suizo había oído hablar de unas antigüedades magníficas situadas en el Valle de Moisés, así que durante dos años aprendió la lengua, gestos y costumbres árabes, se dejó crecer una frondosa barba, se convirtió al islam y cambió su nombre por Ibrahim Ibn Abdallah. De esta forma consiguió pasar desapercibido ante los beduinos que allí habitaban y que le mostraron el camino a la ciudad.

Pero si hay algo asombroso en esta ciudad…una de esas cosas que te marcan de por vida, una de esas cosas que cuando te vas a la cama y cierras lo ojos no puedes evitar recordar, que te acompaña allá donde vas y te transporta, como si los años no hubiesen pasado… una imagen, un momento que se queda grabado para siempre, una sensación única que llena tus pulmones de aire y tu espíritu de fuerza y coraje, ese es el segundo en el que atraviesas el Siq, el estrecho desfiladero que se extiende 1,2 km hasta desembocar en la ciudad de Petra, y comienzas a vislumbrar el Khazné, el edificio del Tesoro, el monumento más emblemático de la ciudad, una enorme fachada esculpida íntegramente en la roca, de una sola pieza y labrada minuciosamente con herramientas rudimentarias, de dimensiones descomunales y escenario clave de Indiana Jones y la última cruzada…es ese momento, cuando se te corta la respiración y los ojos se te abren como platos, el que jamás olvidarás en la vida, no por nada Petra es una de las nuevas 7 maravillas del mundo.

Se trata de una ciudad inmensa, con millones de cosas que ver, así que muchos viajeros optan por una visita de dos días. Para mí estos son los imprescindibles:

El Tesoro: lo primero que ve el viajero al entrar en la ciudad a través del Siq es este magnífico edificio conocido como el Tesoro, pero ¿Por qué se llama así? Se cree que este edificio era una tumba real. Sin embargo, los beduinos, quienes saquearon la ciudad en los años siguientes a su descubrimiento, creían que había sido escondido un tesoro faraónico en el tholos del edificio. El tholos es la cúpula en forma de urna gigante que se encuentra en el segundo nivel de la fachada. Los disparos de los beduinos contra la urna pueden verse claramente desde abajo.

La “calle de las fachadas”: si se sigue hacia el corazón de Petra se llega a un denso conjunto de tumbas excavadas en la roca. Debe haber unas 40 tumbas superpuestas en 4 niveles. De lejos parecen cuevas, pero las fachadas, algunas erosionadas por la arena del desierto, cuentan con preciosas columnas talladas a mano, frisos y volutas.
Teatro nabateo y vía de las columnas: la ciudad de Petra fue conquistada por el Imperio Romano en el año 63 a. C. por lo que algunas construcciones recuerdan al característico estilo romano. Los nabateos construyeron en el siglo I a. C. un anfiteatro excavado en la roca con 33 hileras de gradas con espacio para 4.000 espectadores. Tras la conquista, los romanos lo ampliaron para 7.000 personas. Además, la calle principal, donde se reunían comercios, casas y mercados, cuenta con la clásica calzada romana y una vía de columnas a cada lado. También se pueden encontrar templos que fueron reutilizados por los romanos para adorar a dioses como Apolo y Artemisa, y que durante la época bizantina se reutilizaron de nuevo para el culto cristiano.

Tumbas reales: a la derecha del Teatro se alzan, como escalando la pared rocosa, unas construcciones impresionantes de 45 metros de altura. Destacan la Tumba de la Urna, la cual guardaba los restos del rey nabateo Maluchos II y que debido a su enorme tamaño fue utilizada como catedral durante la época bizantina; la Tumba del Palacio, con una inmensa fachada de tres pisos, similar a un palacio barroco; la Tumba Corintia, parecida al Tesoro pero bastante más deteriorada; y la Tumba de la Seda, que aunque está muy erosionada presenta unas tonalidades azules, doradas, rojas, rosadas, amarillas y blancas

hermosas. Según una investigación de la Universidad de Nebraska, las montañas del sur de Jordania se elevaron con movimientos de las placas tectónicas que abrieron el mar Rojo y el golfo de Aqaba. Esta elevación fracturó la arenisca y abrió conductos para que el agua oxigenada del subsuelo, alimentada por la lluvia, penetrara la roca porosa.Y el oxígeno permitió a los microbios, introducidos por el agua, precipitar óxido de hierro en forma de franjas coloridas.

Estas asombrosas tonalidades repartidas por las rocas de toda la ciudad llaman mucho la atención, creando pinturas asombrosas con formas extrañas que se retuercen sobre sí mismas.

Monasterio: a través de unos 800 escalones al borde de un cañón se comienza el ascenso hasta el Monasterio. El trayecto se puede hacer a pie o en burro, pero atención porque el burro (ferrari según los beduinos) se tambalea por un estrecho camino de piedras y arena al borde de un desfiladero. Lo he pintado súper seguro, ¿verdad? Bueno, si os quedáis más tranquilos, yo subí en burro y bajé a pie y he vivido para contarlo. Una vez arriba, un edificio de 50 metros de ancho y 45 de alto reposa tranquilamente bajo el sol abrasador. Es impresionante lo bien conservado que está a pesar de lo expuesto que se encuentra, a diferencia del Tesoro, el Monasterio no se sitúa en un estrecha garganta. Se conoce como el Monasterio por las cruces talladas en su interior durante la época bizantina.

A pesar de su tortuosa subida y de que se encuentra alejada del resto de edificios, es una visita fundamental para todo viajero, pues además ofrece unas vistas maravillosas de los riscos y quebradas del valle. En frente de esta imponente tumba rocosa hay un pequeño bareto tipo jaima ideal para parase y descansar un rato a la sombra. Además, las vistas son impagables.
Al atardecer, la ciudad cambia de color y los tonos dorados de la mañana comienzan a transformarse en naranjas, rosas y rojos. Las paredes se tiñen rápidamente y la atmósfera del lugar cambia por completo. Ya en un ambiente más acogedor, el polvo comienza a levantarse muy despacio, los turistas empiezan a abandonar el lugar, y de pronto te encuentras casi solo, algo muy complicado en Petra. Es un momento estupendo para sentarse frente a las tumbas reales y ver cómo se van tornando las coloridas fachadas, cómo el viento susurra los recuerdos de los ancestrales nabateos. Es el momento perfecto para dejar volar la imaginación, para relajarse y dejarse llevar, para cerrar los ojos y escuchar la brisa acompañado de los pocos beduinos que habitan la ciudad rosa.
Por la noche, hacen un espectáculo de luces frente al Tesoro colocando miles de velas que iluminan levemente la fachada hasta que a las 22:00h Petra se sumerge definitivamente en la oscuridad de la noche y queda por fin en silencio.
Impresionante viaje y estupendo reportaje.
Brillante reportaje que te hace revivir la estancia allí. Gracias
Gracias a ti por leerlo y disfrutarlo! 🙂