El agua embarrada encharca los viejos y gastados adoquines de la Medina. Los burros recorren las calles cargados con alforjas abriéndose paso entre las motos, bicis y peatones que deambulan por los callejones de la laberíntica ciudad. Bajo la sombra de los toldos y chapas del zoco el aire fresco se desliza de un lado para otro danzando entre la multitud. Fuera el calor es abrasador. Los vendedores y artesanos permanecen sentados en pequeñas banquetas en la entrada de sus negocios tomando té a la menta e invitando a los extraños que se quedan a charlar.

Llegando a la famosa y concurrida plaza Jemaa el-fna, corazón de Marrakech, se comienzan a oír tambores y flautas y se adivinan a lo lejos los músicos y bailarines tradicionales, así como encantadores de serpientes, contadores de historias, artistas de la henna o vendedores de zumos y frutos secos.
Cuando comienza a caer el sol y la ciudad se tiñe de naranja, se puede subir al Grand Balcon du Café Glacier desde donde se ven las mejores vistas aéreas de la plaza. A medida que el sol desciende, el bullicio aumenta y las columnas de humo de los pinchos a la brasa ascienden y se mezclan entre el gentío, confiriendo a la plaza un aire de misterio. Pequeños focos de luz impiden que la explanada quede sumida en la oscuridad total junto con una luna llena clara y brillante. Abajo, en el centro de la plaza, el bullicio sigue creciendo.

A partir de las 21:00, la plaza se convierte en un hervidero social donde conviven turistas, vendedores, artistas, familias e incluso parejas jóvenes que tímidamente se agarran las manos a escondidas (los sábados es un espectáculo). A cada paso te abordan ofreciéndote todo tipo de cosas, se entrometen en tu camino, te agarran, te tocan, te hablan en 5 idiomas a la vez y te vuelven completamente loco para después repetir la misma operación con las aproximadamente 2.000 personas que se reúnen allí.
Desde la plaza, y atravesando las callejuelas que conforman el zoco se puede llegar a diferentes mercados. Las estrechas callejuelas desembocan en una diminuta plaza donde la fruta y verdura se expone en carretas de madera con ruedas a pleno sol del día. Los hornos de pan pasean el género y algunos chicos jóvenes, cargados con bandejas plateadas, reparten té entre los vendedores.

Y así, deambulando sin rumbo fijo entre las innumerables calles de la Medina, siempre acompañado por hombres con chilaba, gatos de todos los colores y tamaños (y todas las enfermedades que puedas imaginar), tajines y babuchas de colores, puestos de naranjas y un “hola, hola amigo” en la boca de cada extraño se llega a lugares tan escondidos como la Madrassa Ben Youssef. Como pasa con la mayoría de edificios en Marruecos, por fuera la fachada no invita a entrar y no anuncia nada espectacular, solo se trata de una humilde pared de arcilla y estuco sin más encanto que una enorme puerta de madera y un arco. Sin embargo, una vez dentro impresiona la decoración llevada al mínimo detalle, los azulejos de colores y formas geométricas, los diseños en el estuco, los arcos, los fascículos del corán plasmados en las paredes, todo ello poblando cada rincón. La misma decoración se esconde tras los muros del palacio Bahía, las tumbas Saadies o lo que queda del palacio Badi.

Marrakech es perderse caminando por la Medina, regatear en los zocos, conocer los secretos de la medicina bereber, comer taijnes y couscous con las manos en la calle, beber mucho té a la menta y zumos de naranja, probar cosas de aspecto “poco apetecible”, decir “la la, shukran” (que significa en árabe “no no, gracias”) un par de miles de veces, detenerte a escuchar la llamada a la oración más de una vez al día o reirte con las palabras que los vendedores se aprenden con tal de llamar tu atención. En definitiva, viajar, aprender y repetir.
Dame tu mano y vamos a conocer Marrakech:
- Madrassa Ben Youssef 20 dirham
- Palacio Badi 10 dirham
- Tumbas Saadies 20 dirham
- Palacio Bahía 10 dirham
- Jardines Majorell 70 dirham
- Museo de Marrakech 30 dirham
- Jardines de Menara (gratis)
- Kotubia (no se permite la entrada)