Las calles bañadas por el rocío del amanecer se desperezan lentamente. No hay ni un alma. En la lejanía se escuchan pasos. Unos zapatos de madera se arrastran rápido contra el suelo de piedra. El sonido recuerda al trote de caballo, pero sutil. Muy delicado. Elegante. Los pasos cada vez se oyen más cerca hasta que de pronto se detienen. Un rostro blanco se asoma desde el fondo de la calle. Es una mujer joven de unos veintisiete años. Lleva los labios rojos y el pelo recogido. Varias horquillas sujetan el moño. Su piel es fina, sin imperfecciones, frágil. Parece una muñeca. Me mira y echa a andar. Los pasos son cortos y rápidos, apenas puede moverse dentro del kimono. Cruza a mi lado y desaparece al girar la esquina. El eco de la madera golpeando la piedra se aleja hasta que deja de oírse.
Son las 21:00. Varios trabajadores están reunidos en una izakaya, un bar típico japonés. Todos van muy arreglados. Los hombres visten traje de chaqueta y corbata, prácticamente todos los japoneses llevan traje. Las mujeres lucen traje de chaqueta con falda, aunque para esta ocasión especial algunas llevan vestidos de gala con escotes y brillantes. Un atuendo poco casual.
El grupo ríe y bebe sake. Un par de horas después deciden salir del local. Cogen sus chaquetas y se dirigen a la calle. Van en pelotón, rodeando a una deslumbrante una mujer con la cara blanca, labios rojos y pelo recogido. Su kimono desentona con el resto del grupo, pero su rosto desprende un aire de importancia y seguridad que casi me hace inclinar la cabeza ante su presencia. No se trataba de la misma con la que me había cruzado horas antes, esta mujer tendría un par de años más. El grupo parecía encantado. Entretenido. La sierva de las artes estaba cumpliendo su cometido.

Barrios de placer
En 1612 la prostitución regulada era el principal negocio en las grandes ciudades de Japón. Se crearon barrios de placer para concentrar los burdeles y que no hubiera disputas entre prostitutas. Había diferentes tipos de cortesanas según su belleza, habilidades artísticas o dinero que ganaban para sus patronos. A las de mayor rango las trataban como si fueran de la realeza y podían rechazar a algún cliente si así lo querían, pero estaban sujetas a un sinfín de normas y obligaciones que si incumplían las harían perder su estatus. Conseguir este estatus era muy complicado, así que la demanda se desplazó hacia las clases más bajas y se descuidaron las habilidades artísticas en detrimento de las habilidades sexuales.
Dentro de los límites de los barrios de placer trabajaban los taikomochi, también conocidos como hombres geisha, ya que se dedicaban a entretener a sus clientes con baile, música y conversación antes de practicar sexo. Es decir que las primeras geishas eran hombres.
En torno a 1680 muchos padres enviaban a sus hijas a recibir clases de baile para obtener dinero. En un principio no implicaba ninguna relación sexual, pero cuando vieron que los ricos estaban dispuestos a pagar mucho dinero por ellas, los padres sin escrúpulos comenzaron a explotar a su hijas hasta que se convirtieron en prostitutas que sabían bailar, conocidas como oiran.
Las oiran comenzaron a trabajar dentro de los barrios de placer, ya que la prostitución era ilegal fuera de ellos, y comenzaron a autodenominarse geishas porque sabían hacer más cosas que las cortesanas, aunque seguían siendo meras prostitutas.
La creme de la creme
A mediados del siglo XVIII comenzaron a surgir en las casas de té y alrededores de los templos sintoístas mujeres que entretenían a los peregrinos. Así es como las geishas comenzaron a encargarse únicamente del entretenimiento artístico dentro de los barrios de placer. Es más, rápidamente sobrepasaron a los hombres geishas, que terminaron desapareciendo, e incluso se convirtieron en rivales de las cortesanas, y eso que ellas no ofrecían sexo a sus clientes.
Los propietarios de los burdeles decidieron que las geishas debían constar en un registro y cumplir unas normas, ya que hasta ese entonces podían trabajar fuera de los barrios de placer, vestir kimonos extravagantes, sentarse juntos a sus clientes o trabajar sin horario fijo. Lo que provocó esta regularización es que se distinguiera aún más a las geishas de las simples prostitutas originando un boom.

Hostesses tramposas
Durante la Segunda Guerra Mundial, los barrios de placer se cerraron y aparecieron las hostesses, mujeres que entretenían a los soldados pero que carecían totalmente de la educación artística tradicional de las geishas. Estas últimas decidieron convertirse en expertas de la tradición japonesa para no desaparecer. Al mismo tiempo, muchas prostitutas comenzaron a decir que eran geishas para atraer a los soldados, pues era un gran reclamo erótico. El malentendido sigue existiendo hoy en día, ya que mucha gente cree que las geishas son prostitutas.
Actualmente las mujeres que quieren ser geishas lo eligen ellas mismas, no porque su familia las obligue para sacar dinero. Sin embargo, aprender las artes tradicionales es muy duro y apenas se dedican a ello, quizás estudian un par de años y luego lo dejan. Sobre todo cuando existen las hostesses, que entretienen a los clientes con una formación mucho menos exigente.
La casa de las geishas
Una okiya es una casa de geishas regentada por una mujer (okasan o madre). Ella paga todos los gastos: comida, ropa, etc y se encarga de la formación de las geiko y maiko. Las geiko son geishas y las maiko son las aprendices de geisha. A estas últimas se les asigna una hermana mayor que se convierte en su mentora.
Era normal que las geishas tuvieran un danna, un protector a nivel económico, que también podía ser su amante, pero no pagaba por sus servicios.
Los farolillos rojos y amarillos son la única luz que hay en toda la calle. Los pequeños trozos de tela que cuelgan de la entrada de las casas de té se mecen suavemente con la brisa de la noche. Los estores de bambú, más pesados y compactos, apenas se mueven. Todas las casas del barrio son bajas, no tienen más de dos plantas. Son de tablas de madera y cañas de bambú en diferentes tonalidades. Los tejados son oscuros y las puertas correderas.
El barrio de Gion, en Kioto, nunca fue un barrio de placer. Fue, y es, un distrito de geishas. De los cinco distritos que quedan en la ciudad, Gion Higashi y Gion Kobu son los que mayor número concentran: unas 82 geishas y 38 maikos. En el siglo XX, en Japón había unas 80.000 geishas. Hoy en día hay menos de 1.000. La cuestión es si se reinventarán como hicieron durante la II Guerra Mundial o terminarán desapareciendo, convirtiéndose en un eco del pasado.
Fascinante relato de la imagen equívoca que tenemos de la Geishas…enamora los sentidos…